Según un reciente estudio, el 70% de los argentinos empieza a sentirse ansioso si una conversación se queda en silencio por más de seis segundos. Esa pausa, que en otras culturas puede ser interpretada como una señal de respeto o reflexión, en Argentina parece ser vista como un vacío incómodo que hay que llenar cuanto antes.
La investigación, realizada por la consultora Voices!, revela que el silencio genera incomodidad especialmente en espacios cerrados o compartidos con desconocidos, como ascensores, salas de espera, videollamadas de trabajo o incluso en el transporte público.
“El silencio prolongado activa una necesidad de rellenar con palabras, incluso si no hay nada importante que decir”, explican los investigadores. Esta reacción puede estar vinculada a un rasgo cultural más amplio: en la Argentina, el diálogo fluido y constante se asocia con simpatía, apertura y hasta confianza.
Lugares donde el silencio “pesa”
Entre los escenarios más mencionados por los encuestados donde el silencio se vuelve especialmente incómodo aparecen:
-Los ascensores, cuando uno comparte viaje con desconocidos
-Las videollamadas, donde las pausas se interpretan como fallas técnicas
-Las reuniones familiares con personas distantes o poco afines
-Las citas románticas en las que el silencio se confunde con desinterés
En contraste, también hay quienes encuentran en el silencio una forma de conexión más profunda o un espacio necesario para pensar antes de hablar. Sin embargo, son minoría.
¿Ansiedad o costumbre?
Especialistas en comunicación y psicología coinciden en que este fenómeno está relacionado con el temor al juicio social y a la interpretación negativa del silencio. En una era de hiperconectividad y diálogo constante, quedarse callado por unos segundos puede percibirse como una falla en el vínculo.
El estudio deja abierta una pregunta: ¿realmente incomoda el silencio o lo que molesta es lo que creemos que el otro puede pensar de él?